Por Susana Blas
La primera idea que ocupó mi mente cuando contemplé los últimos dibujos de Pepa Mora fue que esos frágiles trazos en lápiz azul se vinculaban con mi práctica meditativa y esa conexión me turbó, como si de alguna manera desvelaran algo mío.
Escribía Carmen Martín Gaite que “en las nubes, nunca en los papeles, está el jeroglífico verdadero”, y puede tener razón: las nubes tienen una capacidad oracular única para dibujar las mutaciones del pensamiento.
Durante la meditación percibo la mente como un papel blanco y poroso que, a mi pesar, va siendo ocupado por situaciones, personas y objetos inesperados que con perseverancia he conseguido observar con ecuanimidad. Curiosamente, desde mis primeras sesiones, fue habitual que esos recuerdos o preocupaciones aparecieran acompañados por formas vegetales: por alguna flor, por hojas, árboles o ramas… Quizá porque cuidar de mis plantas ha sido una de las pocas distracciones que me han rescatado de una vida entre libros. De manera misteriosa, lo vegetal se entrelaza con el despojamiento de la mente.
Observando los dibujos de Pepa Mora intuyo que algo similar a lo que dibuja debe de ser el paisaje de la mente sutil. Un territorio espacioso y luminoso como sus papeles, donde la calma y la transitoriedad se experimentan con naturalidad.
Sus trazos, movidos por una suerte de automatismo, diseminan figuras que entrelazan elementos sin relación aparente y construyen una narrativa encriptada que cada uno activaremos a nuestra manera.
Las investigaciones teóricas de la artista sobre el arte bruto y las creadoras visionarias, lejos de complejizar su trabajo, considero que lo han depurado, lo han hecho si cabe más sutil.
Resulta paradójico que con una técnica tan sencilla (lápiz sobre papel) pueda expresarse tanta hondura. El lápiz añade espontaneidad y el papel aporta, en mi opinión, la doble cualidad de fugacidad y consistencia. Siempre he pensado que el papel es el mejor soporte para encarnar las imágenes, para que éstas respiren. No en vano en la tradición japonesa la pintura evita marcos y cristales para que fluyan en ella el espíritu y la concentración.
Los dibujos de Pepa Mora son mapas cifrados, jeroglíficos verdaderos, una suerte de sutras, trazados desde la atención plena, de ahí que los relacione con la vida espiritual, entendida ésta como la exploración sincera de la conciencia.