Hace unos meses en un pedido de porcelana blanca, por error el fabricante envió un paquete de porcelana azul. Y ese fue
el punto de partida de estas series, con el Atlántico y la costa portuguesa junto a la que vivo como mar de fondo.
Me gusta pasar el tiempo observando los movimientos del agua en el mar, me fascinan las formaciones rocosas, la forma en que el agua actúa sobre ellas y sobre las piedras y conchas que trae hasta la orilla. También recojo plásticos y objetos de la playa que, en esta ocasión, he incorporado a algunas piezas.
Nunca había trabajado la porcelana como en esta ocasión,
y trasladar a ella las técnicas que uso en el gres, ha sido un ejercicio precioso, lleno de errores y de imperfecciones, pero no por ello exento de belleza.
Elegí la tela usada como soporte de una forma intuitiva, porque es un material que siempre me ha gustado y con el que me sentía cómoda. La urdimbre, la trama, los deshilachados, los hilos, el roto, su desgaste, su textura. Ahora no estoy tan segura de que esa elección fuese casual, la aceptación de la imperfección y su belleza se ha convertido en la base de mi trabajo, y a nivel personal también en aceptación de mí misma y motivo de tranquilidad, que de alguna manera supongo que también se traduce en él.
Últimamente estoy trabajando con telas antiguas y usadas hechas a mano, en telar. Cada una de ellas es única por su creación artesana, por su caída que depende de las manos que apretaban al tejer, por el paso de tiempo, por su desgaste, por sus manchas que te hacen imaginar por donde pasaron.
Trabajo desde el respeto a lo artesanal, a lo roto, a lo usado, que me sirve de inspiración y me conecta con todo ello entrelazando puntadas, hebras, caminos, alzados, mapas, plantas, encuentros, uniones, colores, texturas, objetos inútiles; elogiandola belleza y singularidad de la imperfección.
Mi curiosidad por la madera nace durante mi infancia.
Al haber crecido en el taller de ebanistería de mi padre, tocar estos materiales fue parte de mis juegos de niño.
Me entretenía observar como los torneros trabajaban, fascinado por la magia de convertir una madera tosca y geométrica en una pieza orgánica y pulida, a través del giro de la misma sobre su propio eje. Pero siempre sin perder las vetas y pequeñas imperfecciones naturales de cada madera, que hacen a cada pieza única.
Hace unos años, la llegada de la pandemia me brindó
la oportunidad de poder dedicarle tiempo al oficio del torno. El trabajo manual me lleva a un estado mental casi meditativo, donde, durante las horas en las que trabajo
una pieza, me libero de todas las preocupaciones y problemas diarios. Son momentos en lo que solo existen la madera y
las manos.
Las piezas de esta colección se basan en la observación de las infinitas posibilidades que surgen al caer un objeto sobre el agua, y las formas efímeras que se producen, apenas visibles en décimas de segundo. También resuenan a los castillos de arena que construía de niño en la playa, que desaparecían al poco tiempo de ser terminados.