ORIÓN

Orión, tan lejos y tan cerca
Un templo de Wences y Victoria Lamas



Victoria y Wences se apellidan igual. Da vértigo ponerse a pensar en la de gente que ha tenido que quererse, engañarse, traumarse, divertirse, enfadarse y reconciliarse
* para que estemos hoy aquí y nos apellidemos de tal manera. Da vértigo o da paz, según como a uno le pille.

En la obra de Victoria y Wences se ve a toda esa gente y se les ve a ellos. Ecos de ritos desaparecidos y de parientes consanguíneos, de lo de entonces y de lo de ahora, que viene a ser parecido. La ciencia está de acuerdo, todo está ocurriendo a la vez. No me hagáis explicarlo ni mucho menos entenderlo, pero eso se comenta. Estamos todos aquí, en el Brazo de Orión, estos y aquellos. Si no os fiais de la ciencia (lo comprendo), hacedlo de las obras de Victoria y Wences, que vienen a contarnos lo mismo, pero mejor. Porque resulta que las obras de Wences y las obras de Victoria también se apellidan igual.

*Aquí iba a poner “la de gente que ha tenido que follar” y al final he tirado por eufemismos. Si estás leyendo esto es que Victoria y Wences han decidido mantener esta nota al pie.
Texto de Nacho García

Wences Lamas


(Lugo, 1983)

Artista fronterizo entre lo contemporáneo y lo espiritual. Su obra plástica, performática, lírica, audiovisual y musical está marcada por la profundidad, la visceralidad y la inocencia. Una loa a la belleza de una realidad insondable. Para ello, utiliza el simbolismo, el juego y la vanguardia como herramientas mágicas. Sus rituales, visiones y hechizos han sido presentados en centros de arte, festivales, editoriales, ferias, cuevas y montañas de toda la península ibérica y parte de Europa. En todos ellos, Lamas se presenta ante nosotros con la mirada de un niño terrible.

Hijo y nieto de funerarios y maestras, Wences Lamas ha convivido desde la infancia con graves enfermedades mentales en su familia; a la par, una gran vocación artística le ha servido para combatirlas. Con solo 7 años, su colegio llamó la atención de su madre por los dibujos sangrientos que hacía. ¡Benditos
rotuladores rojos que tanto ayudaron a drenar las heridas!

Estudió Bellas Artes y, desde los 19 años, ha trabajado en centenares de proyectos relacionados con la expresión. Ha sido escenógrafo novato, diseñador gráfico junior, editor de vídeo en prácticas, guionista diletante, realizador audiovisual novel, músico primerizo, ilustrador emergente, pintor sin experiencia, performer en formación, artista amateur… Ha trabajado para
marcas de motosierras, galerías de arte, teatros, raves, eventos de empresa, fanzines, la Casa Encendida y la marca de muñecos Barriguitas, entre otros.
En todos estos lugares, Lamas ha ido desarrollando una visión muy amplia de la expresión, que le ha traído grandes satisfacciones y grandes dolores.
Solo encuentra su pilar maestro en el mundo transpersonal. Por ello, se ha formado como arte-terapeuta gestalt, en arquetipos espirituales, proceso corporal integrativo y performance ritual. Estos diferentes lenguajes le ayudan a adentrarse en el idioma del silencio interno.
Vive en Santiago de Compostela, con una mujer, un perro y dos gatos.

Victoria Lamas


(Ecuador, 1992)

Victoria Lamas nació una noche de tormenta de 1992 en Guayaquil, Ecuador. Hija de padres españoles, se crio en La Mancha. Si por algo está marcada su biografía es por los desplazamientos.

Estudió Bellas Artes en Cuenca (2011-2015), durante este periodo fue becada para realizar dos estancias en el extranjero de seis meses de duración cada una. Primero estuvo en Polonia (2014), donde se especializó en pintura en la Academia de Bellas Artes de Varsovia para después –como huyendo del frío- irse a Cuba (2015), donde estudió en el Instituto Superior de Arte, La Habana.
A Compostela llega en 2019 huyendo de un desamor y se enamora de un país.
Actualmente reside en Madrid, ciudad en la que enseña a un montón de adolescentes prácticas artísticas contemporáneas sin mucho éxito, mientras le jalan de la manga al son de “teacher».

Victoria no se llama a sí misma pintora, porque cree que es una de esas palabras que siempre van en mayúsculas (o porque padece el síndrome de la impostora). Sobre su pintura dice: “Pinto en negro para no tener que enfrentarme al blanco del papel o del lienzo”. Pero en realidad es mentira.

A Victoria no le da miedo nada de eso, aunque sí muchas otras cosas. De sus miedos, fantasías y anhelos habla su obra, que es naif y es cínica.