El fuego ya no quema, el agua no sacia nuestra sed. De cuando en cuando, una o dos veces cada siglo, aparecen los artistas verdaderos y nos recuerdan lo que habíamos olvidado. Normalmente surgen, como salvadores, en momentos de crisis existencial —todas las crisis, hasta esta en la que estamos, lo son—. Algunos los llamamos poetas; otros, en ocasiones, se refieren a ellos como profetas. Son, en realidad, personas a las que el lenguaje y las convenciones, que en momentos de paz nos hacen sentir a salvo, nunca les han ofrecido tierra firme donde poner los pies y que, con mucho esfuerzo y sacrificio, poco a poco, han creado su propio idioma, han construido un mundo donde vivir. Porque esa es la primera condición del artista verdadero: lo que nos ofrece, primero, le ha salvado a él. El arte verdadero nace de la necesidad y se ofrece por generosidad. Y este es el caso de Wences Lamas, que, como un Adán o una Eva rebelde, al ser expulsado del jardín del Edén, se encontró solo en mitad del vacío. Pero no se dejó vencer por la nada, sino que, ayudado por su genio, puso nombre nuevo a todo lo que encontraba y creó su propio Paraíso. Wences, como un niño terrible que recoge sus muñecos al terminar de jugar, llega a nosotros cargado con imágenes nuevas, con nuevos símbolos, con juegos salvajes, con cuadros llenos de luz y oscuridad en los que todo es intenso y extraño, pero no desconocido, como si nos hablara en un idioma que aprendimos en sueños o, tal vez, en otra vida. Lienzos y dibujos que todos entendemos a poco que dejemos en la puerta las convenciones que traemos de casa y miremos con ojos limpios, y que nos recuerdan lo que escribió aquel otro poeta que nos salvó hace un siglo, Rilke, de que la belleza es el principio de lo terrible, la frontera de lo que podemos soportar. Esa frontera que Wences Lamas expande para que lleguemos hasta ella y regresemos al hogar con conjuros y palabras que vuelven a funcionar. Palabras con las que llamar a las cosas y que estas respondan. Y el fuego vuelva a quemar y el agua sacie de nuevo nuestra sed.
Manuel Astur, escritor, poeta y periodista. Autor de libros como San: el libro de los milagros y Seré un anciano hermoso en un gran país